Los teléfonos móviles son parte de nuestra vida, casi una extensión de nuestro cuerpo que nos sirve para comunicarnos, organizarnos, entretenernos e informarnos. Las cifras entorno al uso de WhatsApp reflejan esta realidad: 2.000 millones de personas utilizan WhatsApp todos los meses, se envían en promedio 100.000 millones de mensajes por día y se realizan 1.000 millones de llamadas.
Con la pandemia por Covid-19, el aislamiento, la cuarentena y las restricciones, el uso de las redes sociales y de aplicaciones de comunicación creció y WhatsApp es una de las herramientas que nos permite mantener los lazos virtuales con nuestros amigos, compañeros o familiares, e incluso con nuestros médicos, psicólogos o coachs.
Pero, así como ayudó a muchos, para otros WhatsApp se convirtió en un problema, en una válvula de escape de la que no podían prescindir, en una pantalla que se llevaba toda su atención y los obligaba a estar expectantes esperando una respuesta como si de eso dependiera su estado de ánimo o, sin exagerar, su propia felicidad.
Siempre decimos en Ve Por Más que, en las adicciones conductuales o trastornos no relacionados a sustancias, es el vínculo, la relación que establecemos con la conducta o el objeto, lo que es adictiva. Es como si nos sucediera algo que se nos escapa, que no entendemos del todo, pero que transforma la relación con WhatsApp en adictiva o, para usar palabras más de “moda” en tóxica.
Para los manuales de psiquiatría no existe una adicción a WhatsApp como tal, pero en la práctica, en la consulta, hay personas que sufren, que padecen las consecuencias de tener una relación nociva, adictiva, con la aplicación. Ahora bien, ¿cómo podemos darnos cuenta que WhatsApp dejó de ser una aplicación para convertirse en una adicción?
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¿Cómo saber si soy adicto al WhatsApp?
Aunque la adicción a WhatsApp no esté definida en la literatura médica, hay otras adicciones que sí lo están y que comparten ciertas características como la adicción a la tecnología o el trastorno por los juegos de internet. Es más, las adicciones conductuales o sin sustancias, todas, tienen puntos en común en cuanto a causas, síntomas y tratamientos.
A continuación, compartiremos algunas señales de alarma en el uso de WhatsApp en relación a tres ejes: falta de control, prioridad y persistencia.
Falta de control: es la imposibilidad de decidir el inicio, la frecuencia, la intensidad, duración, finalización y contexto del uso de WhatsApp.
Por ejemplo:
- Al despertarse, la primera actividad -sin que haya un motivo de urgencia- es revisar el WhatsApp.
- Durante el horario laboral se distrae con frecuencia, casi sin darse cuenta, utilizando WhatsApp, entrando a los grupos o enviando mensajes que no tienen que ver con su trabajo. Incluso, en casos donde hay llamados de atención, la frecuencia de las “distracciones” no baja.
- Se pierde noción del tiempo, se pasan las horas “volando” usando WhatsApp.
Prioridad: la importancia que tiene WhatsApp frente a otras actividades o intereses.
Pero no todo es cuestión de tiempo perdido, también se pierden las ganas, se dejan de hacer actividades que antes generaban placer o bienestar para reemplazarlas, poco a poco, por la actividad adictiva: el WhatsApp se vuelve un gigante verde que todo lo acapara, tiene prioridad como si le diera sentido a la vida.
Por ejemplo:
- Antes compartir en familia una película era algo grato, se vivía el momento, pero ahora la única pantalla que importa es la del teléfono, la película es algo de fondo, secundario.
- En una conversación sobre algo que lo involucra, más o menos importante, se pierde el hilo, al punto de que la persona con la que habla llame su atención reiteradas veces pidiendo que deje de “mirar el teléfono”.
Persistencia o incremento: insistencia a pesar de las consecuencias negativas, de los problemas que ocasiona la falta de control sobre el uso de la aplicación. La necesidad de usar WhatsApp crece, no tener el teléfono genera ansiedad, malestar, apatía, tristeza o angustia.
Más y más grupos, grupos dentro de grupos, charlas infinitas mientras se descuidan los vínculos con las personas que convivimos en el día a día o se perjudica nuestra productividad o rendimiento laboral, o incluso la salud misma con problemas de postura, de vista, de sueño, etc.
Si nadie habla, se inicia una conversación, se manda un meme, un link, un emoji, una etiqueta, algo, a quien sea. ¡Y que responda rápido! Porque la falta de respuesta también genera ansiedad o algo parecido a la tristeza.
Consejos para superar la adicción al WhatsApp
Las adicciones suelen tener etapas y fases, y muchas veces van empeorando a lo largo del tiempo, mostrando distintos síntomas de dependencia. En las adicciones conductuales, dejando de lado los matices, también las tienen. En la ludopatía, por ejemplo, se comienza apostando pequeñas sumas de dinero y después se apuesta el título de un auto o de una casa, o al principio solo se pierde plata y después la familia, los amigos y el trabajo.
Claro que no todas las adicciones evolucionan igual, al mismo ritmo.
Si hay sospechas del comienzo de una relación poco sana con el WhatsApp, de una etapa inicial de un trastorno compulsivo o una adicción, hay algunos consejos que quizá ayuden:
- Establecer zonas libres de WhatsApp: definir espacios de la casa, por ejemplo la habitación, en la que no se utilice WhatsApp, especialmente si se está compartiendo una actividad familiar.
- También definir horarios libres, pausas en las que no utilice la aplicación, especialmente cuando necesite estar concentrado o atento. Por ejemplo, durante las tareas laborales más difíciles, mientras almuerza, antes de dormir, etc.
- Establecer horarios para chequear mensajes, puede ser progresivamente: primero tres veces por hora, después 2 veces y así hasta llegar a 1 o incluso con intervalos de tiempo más largos.
- Además, precisar un tiempo para revisar y responder, que también vaya disminuyendo progresivamente. Por ejemplo, se chequea 2 veces por hora, durante 15 minutos.
- No todos los grupos ni personas tienen la misma prioridad: silenciar las notificaciones de los grupos menos importante, darle prioridad a los de familiares, amigos cercanos y trabajo (solo dentro del horario laboral). El paso siguiente es salir de los grupos que no aportan nada genuino, que solo hacen perder el tiempo o, lo que es peor, solo llevan a discusiones estériles y estresantes.
- Tener un horario de “no-respuesta” a partir de ciertas horas.
- Instalar una aplicación que le permita ver cuánto tiempo está en WhatsApp o en las redes sociales, por ejemplo, Quality Time o App Usage. Saber cuál es el tiempo dedicado a la aplicación ayudará a tener consciencia del problema y a tomar impulso para enfrentar la situación, reconociendo incluso que demandas similares a “todo el tiempo chateando” son reales, tienen un sustento.
¿Existe un tratamiento para la adicción a WhatsApp?
El camino hacia la recuperación de una adicción dependerá de cada caso en particular, pero, así como las adicciones conductuales son tratables, lo es también una adicción al WhatsApp. Vale la pena recordar que el problema no es el WhatsApp, es la relación que tenemos con él. Por ejemplo, jugar a las cartas con tus amigos no te vuelve ludópata.
Algunas preguntas que ayudarán a reflexionar sobre el vínculo con WhatsApp
¿Hay algo la relación con el WhatsApp que preocupe o angustie?
¿Hay problemas en el trabajo por utilizar WhatsApp? ¿Hubieron llamados de un jefe o compañero, y aun así no se puedo evitar usarlo?
¿Aumenta la inquietud y el nerviosismo cuando no hay notificaciones de mensajes nuevos?
¿Responder un mensaje sin que importe el remitente, el horario, el tema ni el contexto se volvió algo inevitable, que debe hacerse sí o sí?
Por utilizar WhatsApp hasta tarde, ¿se duerme menos, se descansa peor?
¿Hay más discusiones o peleas por “culpa” de WhatsApp?
¿Genera malestar no recibir respuesta inmediata o estar alejado mucho tiempo del teléfono?
Si hay angustia, tristeza, peleas, conflictos y muchos de ellos se generan a causa del uso de WhatsApp o están relacionados a él, entonces quizá sea el momento de buscar ayuda de un profesional para entender que hay detrás de esa relación conflictiva e iniciar así un proceso de recuperación.
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